AL FILO DE LA OSCURIDAD

Acabo de despertarme ferozmente de un sueño horrible, en este momento es exactamente el amanecer, desde mi ventana veo cómo el sol comienza a aflorar de su guarida. También diviso a lo lejos un montón de nubes que forman figuras extravagantemente hermosas, pero todo lo hermoso que podría ahora divisar se esfuma cuando pienso en la reciente pesadilla.
Todo comenzó hace trece días, en los cuales me ocurrieron situaciones de lo más extrañas posibles, que se relacionan con mis pensamientos y con una serie de sueños que mantengo por las noches.
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En los primeros días soñé con personas desconocidas, las cuales siempre terminaron muriendo de diferentes maneras aterradoras. Al atravesar la muerte de estas personas, el terror se apoderaba de mí, tan violentamente que me obligaba a despertar de manera inusitada. A ellas no las conocía, ni las conozco, pero ahora me doy cuenta de que ya no pertenecen a este universo.
En un pensamiento intenso que tuve, apareció la figura de mi jefe, pensé en él toda la tarde del domingo al saber que me encargaría pasar todos los archivos de venta de los últimos tres meses que se habían borrado de la computadora por una de sus malas maniobras interactivas. Al dormirme fantaseé algo inesperado, que acontecía en el interior de la empresa. Todo transcurría como cualquier día normal, hasta que mi jefe me llamó a su oficina, en donde me dijo que tan sólo me concedía dos días para pasar toda la información. Mientras él jugaba al mini-golf, y yo le insistía que me otorgase más tiempo para terminar la labor, aprovechó su superioridad para decirme que debía entregar el trabajo en tan sólo un día.
Sentí fuego en mis ojos y acero en mi corazón, le quité el palo de golf y se lo partí en la cabeza. En un segundo logré borrarle de la cara su preciosa sonrisa, lo golpeé hasta que quedó inconsciente, luego tomé una silla de metal y lo seguí golpeando con ésta hasta que desistió de respirar. La sangre manchó toda la alfombra, toda la oficina y toda mi ropa. Esto ayudó para sentirme aliviado de no tener que hacer el trabajo, pero cuando desperté a la mañana siguiente, la angustia se apropio nuevamente de mí y comprendí que todo lo que había sucedido había sido un simple sueño, me encontraba otra vez en la triste realidad.
Me dirigí a la empresa, con una preocupación ajena a mí, y cuando faltaban apenas unos metros para llegar... muchos policías, una ambulancia y medios televisivos, merodeaban el lugar de manera frenética. ¿Qué había ocurrido, acaso hubo un robo o algo similar?, me preguntaba a mí mismo. Al llegar, todo el sector en la entrada de la empresa estaba rodeada con una cinta plástica que impedía el paso a las personas civiles, estaba claro que algo terrible había sucedido, y fuese lo que fuese yo estaba casi salvado del trabajo especial que me correspondía. Juro que estuve alegre por un buen rato, hasta que sacaron de las instalaciones, en una camilla, un cuerpo cubierto con una sabana blanca. Abriendo mis ojos lo más grande que podía, me informé rápidamente de todo. “El cadáver pertenece al jefe de la empresa, al parecer fue un asesinato, lo golpearon cruelmente en la cabeza hasta matarlo” me dijeron, mientras yo permanecía petrificado en mi lugar.
Me asusté demasiado y advertí que lo que la noche anterior había soñado estaba aconteciendo casi de la misma manera, con la única diferencia de que yo no era el asesino. Seguí pidiendo información a los periodistas más enterados y me dijeron que: “del asesino no se sabe nada, no hay huellas ni nada, todo ocurrió de una manera tan extraña que si no se sabría que quedó inconsciente antes de recibir el golpe mortal, aseguran los detectives que hubiesen informado el caso como un suicidio”.
Mis pensamientos en esos días infernales se fueron alimentando de más y más odio, y la próxima que recibió todo ese sentimiento de mi parte fue una de las personas más allegadas a mí.
Desde que la conocí comprendí que July ocuparía un espacio muy grande en mi corazón, y que nunca estaría involucrado en su vida de otra forma que no fuese como un simple amigo. Con ella siempre compartíamos momentos muy divertidos, pero estoy seguro de que sus mejores ratos los pasaba junto a su novio Cristian, el hijo del jefe ya desaparecido. July jamás respondió a los llamados de los latidos de mi corazón, a pesar de que ella sabía muy bien que yo la amaba. Y yo lo hacía de tal modo que desde el primer momento sentí que era capaz hasta de matar por ella.
Se presentó junto a su novio, tomados del brazo, en el lúgubre velorio del jefe, en ese momento no me importó el lugar en el que estaba y descargué con mi mente lo peor hacia él. Ese martes 10 permanecí cargado por una energía muy negativa y no intenté tranquilizarme. Para colmo, a la tarde me lo crucé nuevamente en la esquina de mi apartamento y me invitó a almorzar al día siguiente con él y con July, cuando su padre ya estaría bajo tierra. Acepté, dudando un poco. La invitación fue un buen acto de su parte, pero mi mente se endiabló y pensé que tal vez era July quien se lo había propuesto en alguna oportunidad, o que tal vez él lo hacía sólo para refregarme por la cara el amor que ella sentía por él.
Esa misma noche tardé en dormirme, pero lo conseguí después de dar unas cuantas vueltas en la cama por tres horas más o menos. El sueño que se apoderó de mí en ese instante, me estremeció tanto que hizo que me despertara saltando de la cama con todo el rostro empapado de sudor y temblando por varios minutos. Allí, estábamos sentados en una mesa July, Cristian y yo, almorzando como habíamos quedado. De repente las caricias que Cristian y July intercambiaban mutuamente alteraban cada vez más mi sangre, y cuando no aguanté más, tomé un cuchillo y se lo clavé en medio de los ojos sin importarme ni el lugar, ni el momento. Mientras July sangraba despavoridamente, Cristian observaba sin inmutarse todos los hechos.
En la mañana siguiente, mientras esperaba que el reloj marcara las doce para asistir al almuerzo, decidí no hacerme presente en aquel lugar, ya que temía que me atacaran esos nervios que me obligaban a soñar y me obligasen a matar a July. Momentos después, un policía amigo me llamó por teléfono y me comunicó que debía acudir de urgencia a la casa de July. Al instante salí corriendo de mi apartamento imaginándome con lo que me iba a encontrar. No asistir fue en vano, eso no impidió que a ella le sucediera algo terrorífico. Cuando llegué al lugar, en donde la policía merodeaba, me encontré con el cuerpo sin vida de July sangrando en su rostro y con Cristian desmayado con un cuchillo en su mano izquierda. Rápidamente intentaron reaccionarlo y cuando lo consiguieron se lo llevaron inmediatamente detenido.
Mientras trasladaban a Cristian, él repetía una y otra vez que era inocente, que no la había asesinado. Allí reflexioné lo que mi inconsciente estaba meditando desde que sonó el teléfono en mi casa, y recordé la pesadilla que por la noche se había adueñado de mi cerebro; otra vez estaba sucediendo, pero ahora no quedaban dudas de que yo era quien estaba asesinando gente a través de mis sueños.
Había acabado con la existencia de la persona que más había amado en mi templada vida y de una manera tan inconsciente que, si mañana aún sigo en este mundo, nunca podré retirar de mi conciencia perturbada.
Ya han pasado diez minutos del temprano amanecer. Hace diez minutos me desperté llorando, con mi cuerpo frío, temblando de miedo. Una nueva pesadilla terrorífica irrumpía mi tranquilidad. En ella me encontraba caminando plácidamente por un lugar irreconocible, en el cual me dirigía a través de un sendero muy angosto. Transité ese camino hasta que descubrí que no podía seguir avanzando; delante de mi anatomía se entrecruzaban diversos cables que contenían tanta electricidad que era posible divisar los extensos y potentes voltios que emergían de ellos. La alucinación continuó su curso hasta que yo, en el sueño, intenté atravesarlos. Lánguidamente levanté una de mis piernas por sobre uno de los cables electrocutados, luego balanceé mi cuerpo por debajo de otro, hasta que también pasé mi cabeza, pero repentinamente, cuando levanté esta parte de mí, mientras sudaba y sudaba, observé que a centímetros de mis ojos se aproximaba un cordón de electricidad.
Todo lo que sobrevino luego no es de mi agrado contarles, no me gusta hablar de sangre y cuerpos calcinados, ni mucho menos de la muerte. Ese sueño fue el peor de mis sueños y ahora, cuando apenas han pasado doce minutos del amanecer, no quiero pensar qué es lo que me depara el destino para el día de hoy.

Walter Paul

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