A TRAVES DE LOS PASILLOS

Antes de caer la noche, ella merodeaba por los lúgubres pasillos de la mansión que había heredado de sus padres. Observaba cada detalle que poseía su nueva propiedad y sin bajar su mirada rescataba de la templada sala una delgada pintura que cortaba sus ojos.
Allí la paz se esclavizaba por los penosos árboles de aquel pintor, derretía la pasión de ser una persona amada por los vientos. Mientras la miraba, se preguntaba cómo era posible que la tan ansiada libertad del amor se entrelazara con las tenebrosas calles de un incierto rincón de la sombra. ¿Es acaso esa sombra la que intriga el amanecer?, ¿Es ella quien nos obliga a subir sin piedad sus peldaños?.
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No era posible repetir los pensamientos de la más temprana amplitud de aquella sala. Tal vez era conveniente que el amor se convirtiera en razón antes de transformarlo en una nube lejana y tan absurda que nadie sería capaz de hallarlo en la tierra. Debería ser mejor que el amor traspasara los cristales de las preciadas criaturas que envuelven trizas de cariño.
No sé cuánto más se pueda evitar, ni cuánto tardará el rumbo de aquellos caminantes del pasado, pero nunca existirá la velocidad que ella necesita para convertirse en un ser con visión a la vida eterna.
Aquellos pasillos significaban mucho para ella, y como muchas personas que los circularon, también lloró sangre frente a esa pintura, la cual estaba inmóvil esperando un poco de nostalgias antes de atravesar las penumbras que el hombre siempre pronuncia. No es posible ser dios si aquellos pasajes de donde venimos se cierran de tal manera que no podemos superarlos, y si eso sucede la tortura de nuestra inconciencia padecerá el fin de un pequeño pasillo de nuestra razón.

Walter Paul

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